El término “Síndrome del Nido Vacío” fue acuñado por Rose Oliver en la década del 1970, para referirse a la depresión que suele afligir a las mujeres que dedicaron su tiempo a la crianza de los hijos y al cuidado del hogar. Lo define como una profunda inhabilidad para enfrentar el estrés a partir del sentimiento de pérdida del rol maternal. La transición del nido vacío es considerada como una fase normal del desarrollo de la vida en pareja y consiste en la partida del último hijo del hogar.
Gran parte de los estudios realizados con respecto al tema, se centran en la característica de síndrome o trastorno, que afecta en su mayoría a mujeres y está asociado al inicio del climaterio o el periodo de descenso de la producción de estrógenos a partir de la menopausia, entre los 40 y 60 años.
El síndrome del nido vacío es un factor que afecta el bienestar psicológico de la mujer por haber sido asociado a la depresión que causa el sentimiento de pérdida del rol parental.
Puede verse como una desadaptación, un mal afrontamiento de una situación social, que puede etiquetarse como un trastorno afectivo enmascarado, de características depresivas, donde reinan los sentimientos de tristeza y pérdida. Muchas veces, las personas que lo padecen no son conscientes de lo que les pasa, pero suelen delatarse con expresiones como “la casa está vacía” o “me falta algo”.
El ser consciente de este síndrome es un paso hacia la adopción de medidas para afrontar la situación.
Aunque la transición involucra tanto a hombres como mujeres, es a las mujeres a quienes les causa más angustia, depresión y estrés, debido a la pérdida de varios componentes en el rol de madre, que en algunos casos es el rol más importante de su vida.
Estudios realizados plantean que los efectos del nido vacío sobre el bienestar son bastante ligeros y por lo general, desaparecen dos años después de producido el acontecimiento.
A nivel de la pareja, es el momento de mayor vulnerabilidad ya que, al partir los hijos surge un instante muy frágil para aquellas mujeres que han construido su proyecto vital sobre la base de la familia.
La etapa del nido vacío y su transición, por más que afecte tanto a hombres como mujeres, por lo general, impacta más a la mujer, sobre todo si se dedicó al cuidado del hogar y crianza de los hijos, siendo éstos sus papeles principales, olvidando tal vez, otras dimensiones de su vida.
Estas madres pueden sentir un vacío en su identidad, al no haber construido otros espacios en su vida y no haber desarrollado otras situaciones personales. Pueden surgir sentimientos de tristeza e inutilidad al no ser más responsables por los hijos ya que la relación fundamental en sus vidas se da con los hijos.
Por el contrario, los hombres tienen un rol masculino basado fundamentalmente en el pilar laboral. Podría sentirse afectado sólo si coincide con la etapa de jubilación.
Algunos padres también sienten tristeza ante la partida de los hijos, pero también otros toman con alegría la nueva independencia de los mismos ya que implica la liberación de las responsabilidades materiales y psicológicas, además de la satisfacción de verlos realizados.
Esta transición también genera un desequilibrio en la pareja, debido a la ausencia de los hijos y la satisfacción que se supone que genera su presencia. Ante la situación, los padres deben plantear ajustes en su relación a fin de evitar el vacío emocional.
En la pareja de la edad adulta, existe una nueva libertad debida el alejamiento de los hijos, puede ocurrir la renovación de la sexualidad, el aumento de la intimidad y una valoración diferente de la relación, aunque esto parece más satisfactorio en los hombres que en las mujeres.
Actualmente las vida de las mujeres de mediana edad ha cambiado y aunque el síndrome sigue presentándose ya no es tan común porque la mujer ha asumido nuevos roles que le han permitido desarrollar su identidad más allá de la idea de la realización personal a partir de la maternidad. Además de ser madres, son profesionales, mujeres que salen al mundo y ocupan lugares antes ocupados solo por hombres.
Por eso, los efectos más fuertes de este síndrome suelen presentarse en las mujeres que han desarrollado un escaso sentido de identidad personal porque dedicaron su vida a la crianza de los hijos y al cuidado del hogar. En este momento es cuando comienzan los sentimientos de soledad, de inutilidad, pues ya no se tiene a nadie a quien cuidar. En palabras de Rose Oliver, el problema no es el nido vacío, sino la mujer vacía.
La solución para ese tipo de mujer sería acercarse más a su esposo y/o dedicarse más a su propia profesión u otros intereses. Cualquiera de los dos caminos puede implicar un conflicto marital o una reestructuración del vínculo marital que ayude a atravesar esta etapa.
Es una época donde actúan muchas fuerzas porque son años que coinciden con la menopausia, tanto femenina como masculina y existe mayor riesgo de infidelidad por parte de los hombres ya que sienten que sus fuerzas declinan y se lanzan a una última aventura en busca del éxito o de la juventud perdida.
Como toda crisis, este momento puede significar una oportunidad o una catástrofe:
Oportunidad de reencontrarse en lo que los unió en un primer momento, en lo que los une en la realidad que los rodea que les plantea un plus de tiempo libre y espacio privado, para ambos y para sí mismos.
Catástrofe porque si el reencuentro no es posible, viene el proceso de separación o divorcio, lo que antes le dio continuidad a la pareja ya no tiene sentido ante la ausencia de los hijos.
Esta etapa del ciclo vital, también puede coincidir con la jubilación, el retiro de la vida activa y este es justamente el punto de cambio más dramático. Una persona que fue productiva, activa, competitiva, ambiciosa, que fue útil a los demás, se comprometió con otros, ahora sin horarios ni las mismas ocupaciones, obtiene una libertad que no siempre es bienvenida. Si existe una buena relación de fondo, habrá algo por lo que valga la pena quedarse en el hogar por lo que la jubilación puede ser un período muy satisfactorio. Pero también la jubilación puede ser un peligro para quienes no saben jugar, aprender o amar.
Resumiendo, la partida de los hijos implica un nuevo ajuste del sistema familiar y conyugal. A partir de este momento, los padres deben aprender a relacionarse de otra manera con sus hijos. Pero también deben hacerlo entre ellos y con el cuerpo que va envejeciendo.
Se llama Duelo al “proceso de tiempo y adaptaciones necesarias, que deben realizar las personas, cuando se pierde aquello que fue y es valioso; desde un ser amado por muerte, abandono o separación, hasta lo que uno cree que se trata de una oportunidad irrepetible.
La pérdida da lugar a un proceso de duelo, que permite aceptar lo que ya no será posible. Al mismo tiempo, implica la adaptación a esa situación, muchas veces no deseada.
Sin embargo, el duelo no es una enfermedad, si no, un proceso por el cual las personas deben acomodarse a la nueva situación, sin contar ya con el objeto o ideal querido o deseado.
William Worden describe una serie de comportamientos ante la pérdida, divididos en en cuatro categorías:
El proceso de duelo facilita encontrar un nuevo sentido, una nueva identidad y un cambio de paradigma. No implica sólo un trabajo emocional, sino que también exige una reorganización del sistema de los roles con sus límites y pautas de funcionamiento.
La superación del síndrome del nido vacío es un proceso gradual que supone avances y retrocesos y fases entremezcladas, ya que la persona puede pasar por distintas etapas en las que experimenta shock, físico y psicológico, un proceso de negociación con la nueva realidad, sentimiento de depresión, culpa (hacia sí mismo, hacia otros) y miedo.
El duelo por la partida de los hijos, es un proceso que debe atravesarse porque implica el cierre de una etapa y el paso a otra, nueva, diferente, con numerosas posibilidades.
No debe ser negado porque permanecer más tiempo del adecuado en el mismo lugar, resulta disfuncional.
El duelo es una posibilidad de crecimiento personal y familiar. Cuando hemos vivido con una persona y nos hemos vinculado estrechamente, parte de ella la hemos incorporado dentro, por lo tanto no se pierde. Lo recibido de ese vínculo seguirá en nuestra vida y dará sus frutos.
La clave radica en comprender que la transición del nido vacío no es una catástrofe, ni un peligro, sino una posibilidad, una oportunidad para desarrollar otros aspectos, que quedaron en un segundo plano ante la llegada de los hijos o desarrollar nuevas habilidades, capacidades o intereses.
También es una oportunidad para reencontrarse con el otro, recordar aquello que los unió en el pasado y traerlo al presente para transitar juntos lo que resta del camino o si los integrantes de la pareja ya no tienen valores compartidos, mejor será tomar caminos separados. En este caso, y si la pareja no funciona como antes de la partida de los hijos, es recomendable buscar apoyo psicoterapéutico.
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Fuente: María Elena Trujillo Hildebrand.
Soy psicóloga, astróloga y coach. En el proceso e integrado varios enfoques lo cual me permite comprender ciertas experiencias de vida no frecuentes ni comunes para todos. Entiendo que hay diversas formas de ser y de estar en el mundo. Mi propósito es apoyarte y acompañarte en el proceso del descubrimiento de tí mismo, de aceptarte tal cual eres y mostrar cómo usar tus habilidades, capacidades y dones en tu propio beneficio. La meta es que logres conocerte más a tí mismo para desarrollar mayor coherencia, armonía, prosperidad, amor y agradecimiento por la vida.